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Ciudades educadoras: territorios de confianza

La década que acabamos de estrenar nos plantea retos colosales: afrontar una pandemia, frenar el calentamiento global, detener el incremento de las desigualdades sociales, combatir el hambre y la pobreza, detener las violencias machistas, proteger la biodiversidad, etc. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ponen nombres y apellidos a todas estas necesidades. Retos antiguos rebautizados de nuevo. Muchos proyectos educativos se enfocan a difundir los ODS entre niños, jóvenes y ciudadanía en general. Esto es una buena noticia. La mala noticia es que la mayoría de informes sociales y ambientales indican que, actualmente, en lugar de avanzar hacia la consecución de estos objetivos, lo que hacemos es alejarnos de ellos. Corremos atrás ya ciegas, sin atreverse a mirar el deterioro que nos rodea. Hasta que nos tropezamos y acabamos enfangados en la miseria que hemos contribuido a crear. ¿Qué hacer?

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Educación y compromiso para la Justicia Global y Ambiental

No existen métodos mágicos ni estrategias simples para implementar el conjunto de cambios necesarios a escala global. Pero tenemos la responsabilidad de hacer todo lo que esté en nuestras manos con las capacidades y herramientas de las que disponemos.

Si algo caracteriza a la especie humana es nuestra capacidad de aprender y, en consecuencia, de modificar pensamientos, hábitos y técnicas. ¿Qué debemos, pues, aprender para actuar de forma efectiva ante la crisis planetaria? ¿Cómo podemos acompañar a los niños y jóvenes en este contexto de incertidumbre y tensión creciente? Entre todos los valores, procedimientos y conocimientos posibles, hoy nos parece útil resaltar la importancia de la confianza.

La confianza es la base de cualquier relación social. ¿En qué consiste? Hay una dinámica grupal para promover la confianza en que una persona, de pie, se deja caer atrás y otra la coge antes de que caiga al suelo. No se nos ocurre mejor manera de explicar qué es la confianza que ésta: tener la certeza de que cuando estés a punto de caer, alguien te acogerá y frenará el golpe. Saber que los demás quieren tu bien y se harán cargo de protegerte cuando las cosas vayan afanadas. Sentir, en definitiva, que eres parte de una comunidad y tienes una red de soporte.

Una sociedad sin confianza es una sociedad en la que predominan el aislamiento, la tensión y la agresividad. Una persona sin confianza en las demás difícilmente puede confiar en sí misma. Perder la confianza nos genera inseguridad y estrés, activa una sensación de alerta permanente que, si perdura de forma prolongada en el tiempo, puede dañar nuestro sistema nervioso y derivar en trastornos de salud mental. Sin confianza no hay bienestar ni compromiso.

Es evidente que, en la situación de precariedad y desigualdad imperante, existen mil y una razones objetivas para la desconfianza y la desesperanza. La lista de daños y agravios es inmensa. Pero si queremos mejorar el mundo, como decía Gramsci, el pesimismo de la razón debe ir acompañado del optimismo de la voluntad. Hacia esa dirección apuntaba también Arcadi Oliveres, en una de las últimas entrevistas que ha ofrecido a los medios, en la recta final de su vida: no podemos permitirnos perder la esperanza.

Si queremos educar para la Justicia Global y Ambiental, es necesario incentivar la capacidad de análisis y el pensamiento crítico. Comprender que el mundo está tejido con muchos hilos y que, desgraciadamente, uno muy grueso es la competitividad feroz y la injusticia. Pero también es necesario educarnos en la confianza. Confiar mutuamente es un primer paso imprescindible para poder cooperar y cocrear, las bases de la innovación social.

Debemos aprender, pues, a restaurar la confianza y esto no es un reto individual sino colectivo. Podemos perder confianza en una persona, en un proyecto, en una organización. Esto nos puede ocurrir muchas veces y, a menudo, de forma bien justificada. Pero no podemos perder la confianza en nosotros ni en la sociedad entera. Al menos, no podemos hacerlo eternamente.

Ahora bien, para confiar, las personas necesitamos sentirnos acogidas, respetadas, valoradas y seguras. Nuestros hogares, escuelas, barrios y ciudades deben ser territorios de confianza. Y esto implica tejer comunidad, dotarnos de espacios de encuentro y relación amigable, generar mecanismos de participación, mediación y resolución de conflictos. Implica sobre todo favorecer el bienestar y la equidad desde todas las instancias. Es necesario, por tanto, garantizar los derechos humanos, sociales y culturales mediante políticas públicas valientes, que pongan los cuidados en el centro. No podemos decir que promovemos ciudades educadoras y cerrar los ojos frente a la crisis habitacional, económica y/o psicológica de una parte creciente de la población. Es una incoherencia. Trabajar por la equidad educativa y luchar por el bienestar social son dos líneas de acción que deben avanzar en paralelo porque una depende de la otra y viceversa. Compartimos los malestares. Escuchémonos. Acompañémonos en la desorientación, la tristeza y la angustia. También en la alegría! Expliquémonos los problemas y los deseos. Hagámonos confianza para buscar juntos las mejores soluciones. Unimos todos los recursos posibles. Empoderémonos. Imaginemos otras formas de vida y ensayémoslas. Pruébalo. Si la seguridad afectiva y económica de las personas merma, la confianza se irá desmenuzando y crecerá el temor y la agresividad. Si el alimento del fascismo es el miedo, debemos nutrirnos de confianza. Tejamos comunidad. Cuidemos. Educamos en la cooperación, la equidad y la empatía. Es más necesario que nunca.

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